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En The Swan se refleja el alma de una artista que convirtió la fragilidad en fuerza y la belleza en movimiento eterno. Un tributo a Anna Pavlova, la bailarina que hizo del escenario su vida… y de su último suspiro, su última ovación.
Inspirado en la figura icónica del ballet ruso, “The Swan” recorre los pasos de quien encarnó la gracia y la melancolía en cada giro, en cada pliegue de tul, en cada instante suspendido. Su historia no es solo la de una artista, sino la de un sacrificio poético: el de alguien que eligió desaparecer bailando. Su cisne no fue una interpretación, fue un destino.
Pavlova vivió siempre en tránsito entre los grandes teatros de cada continente. Su arte no conoció fronteras, y su cuerpo, como su alma, recorrió todo el mundo. Cada camerino lejano fue un paso más en esa danza interminable que convirtió el mundo en su escenario y la distancia en parte de su leyenda.
Esta fragancia nace para capturar su esencia: la tensión entre cuerpo y alma, entre arte y vida, entre lo que se eleva y lo que se desvanece.
La salida se abre con la luz pura de la Mandarina verde, brillante y etérea, como el primer paso sobre el escenario, cuando el telón apenas se alza y la promesa de lo sublime comienza a respirarse.
En el corazón, la Flor Immortelle despliega su carácter dorado y envolvente. Una nota cálida, casi solar, que evoca la perseverancia de una bailarina que no se detiene, incluso cuando el cuerpo flaquea.
Toda la fragancia se desliza sobre la tarima de Cedro, el escenario sobre el que danzan el Ámbar, el Almizcle blanco y la Vainilla, en una coreografía serena pero inolvidable. No pretende impresionar, sino conmover.